El 26 de junio pasado ocurrió un hecho histórico en el fútbol de Argentina: luego de los partidos de promoción entre River Plate y Belgrano, se produjo lo que nadie pensaba podría ocurrir: el primero descendió de categoría; con lo cual se iniciaron muchos hechos inesperados y un debate generalizado en América latina sobre la violencia de los estadios, el carácter de las dirigencias, el funcionamiento de las instituciones, la evolución de las hinchadas y el manejo económico de este deporte, entre otros.
¿Cómo es posible que Grondona, presidente de AFA, esté durante 34 años en el ejercicio de esas funciones? Y no es un caso aislado: la Conmebol con Leoz, la FIFA con Blatter, Texeira en Brasil y Chiriboga en Ecuador, son muchos de estos casos de ausencia de alternabilidad, que ha llevado a las denuncias de todo tipo y a que sean cada vez más complejas.
El sistema de descenso de la primera categoría del fútbol argentino fue diseñado por los clubes grandes para hacer imposible que caigan en esa situación. La propuesta original fue concebida por River Plate y ahora es el mismo equipo el que recibe su propia medicina: acaba de descender luego de 110 años de vida deportiva y de obtener el mejor palmarés de todos los clubes argentinos, medidos por el número de campeonatos ganadas.
Se trata de un trauma para hinchas y seguidores, pero también para la fuerte crisis que vive el fútbol argentino. El descenso luego del partido con Belgrano, se convirtió en un hito lleno de heridos, destrozos en el estadio, vandalismo en comercios e incendios; venidos de la frustración, impotencia, desorden, ira, fanatismo y también, por la merma de ingresos que recibirá la hinchada. En Argentina, como en otros países, las barras bravas son el resultado del salto del hincha al fanático, siendo este último quien tiene afectos por su club, pero fundamentalmente venida de la adhesión económica.
Sin embargo de ello, lo peor está por venir: primero, lo que será el “síndrome de la ausencia”, que ya se empieza a sentir: desaparición del súper clásico global con Boca, la baja de las recaudaciones, carencia de estadio para jugar la final de la Copa América (el estadio está sancionado), las representaciones quedan vacantes. Pero dentro del club también se tendrán repercusiones: muchos futbolistas migrarán hacia otros equipos, el reparto de los derechos de transmisión se reducirán a la séptima parte, los ingresos por taquillas bajarán porque su estadio está sancionado con más de 20 partidos y también se redefinirán los contratos de los auspiciantes. Y segundo, cuando River regrese a la primera categoría, se tendrá una confrontación permanente con las hinchadas de los otros clubes, que les recordarán una y otra vez el descenso, mediante, cánticos, lemas, pancartas y bromas de mal gusto.
El descenso de River es parte de la crisis del fútbol argentino, que viene desde la AFA y los nubarrones que se han instalado en su fútbol: las barras bravas que son apoyadas por dirigentes, medios de comunicación y auspiciantes. Pero también del clientelismo, la corrupción, la falta de transparencia, la ausencia de alternancia, de los cuales el Ecuador no se escapa.
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