Las fechas de hechos históricos notables que llegan a constituir una nación o un Estado no son solo hitos en el calendario sino momentos significativos en la historia de los pueblos, porque dejan huellas profundas y sientan bases de futuro, sobre rodo, en ciertas coyunturas de cambio acelerado, De allí que a los bicentenarios hay que entenderlos en su significado histórico y en lo que ha ocurrido desde aquella época para acá. Hoy, por ejemplo, Simón Bolivar es distinto a lo que fue en esos momentos, porque las lecturas que se hacen están cargadas de historia y de suma de valor al pasado, provenientes de la reivindicación interesada de hechos, dichos y contextos. Por eso, los bicentenarios libertarios han despertado muchos debates sociales, académicos y políticos, y han sido el pretexto para que hayan aparecido las viejas y nuevas disputas políticas, que no son otra cosa que la confrontación por la historia. De esta manera, los bicentenarios destapan una lucha en contextos de cambio al interior de lo que se podría decir: "dime qué te olvidas y qué recuerdas, y te diré qué quieres". Ver los bicentenarios desde el determinismo cronológico querría significar que esas fechas han ido perdiendo su significación. Nunca mejor puestas las palabras de Auge cuando nos dice: “El olvido es necesario para la sociedad y para el individuo. Hay que saber olvidar para saborear el gusto del presente, del instante y de la espera, pero la propia memoria necesita también del olvido: hay que olvidar el pasado reciente para recobrar el pasado remoto". Este proceso de conmemoración es complejo y contradictorio por la disputa simbólica: unos prefieren el olvido, otros la exaltación, pocos la integración, todos altamente vinculados a un proceso de memoria y proyecto, del ser y el deber ser.