A mediados de la década de los años ochenta se percibe el fenómeno de la generalización, crecimiento y diversificación de la violencia; produciendo significativos impactos en la sociedad mundial y configurándose una mega tendencia global. La violencia se hace ubicua y elusiva, por que crece y multiplica a escala internacional, convirtiéndose en el problema más importante de este principio del Siglo. El crimen tiene la posibilidad de organización y capacidad de actuación a escala planetaria, porque sus actores se han globalizado, son muy adinerados y políticamente influyentes. La violencia se convierte en un tema particularmente importante a nivel mundial, tanto por las demandas que hace la población como porque deja de ser un asunto marginal debido a su importante ubicación en la economía, la política y la cultura. Se estima que dentro del comercio mundial el crimen mueve más del 10 por ciento y dentro de este significativo “aporte”, los llamados paraísos fiscales son un elemento estructural. El narcotráfico, la corrupción y el mercado ilegal de armas, entre otros, tienen en estos “estados” a sus lugares estratégicos de la constitución de su red planetaria. Gran parte de los delitos están directamente vinculados a la economía y es a partir de ella que logra impactos en otras esferas como la política (infiltra, corrompe) o la cultura (dinero fácil, valores). Si esto es así, ¿Por qué no se trabaja con políticas de contención del delito en el ámbito de la economía? Hay que enfrentar la demanda y la oferta, así como los ciclos y los agentes económicos de cada delito. Atacar el consumo, la producción y la circulación de estos bienes, servicios y comodities. ¿Por qué todas las acciones tienen que ser encomendadas a la policía o, incluso, a las fuerzas militares para detener la violencia, cuando probablemente se pueda tener mejores resultados con políticas económicas? Con la modernización de la violencia existe una división internacional del trabajo, que se expresa, por ejemplo, en un país produce, otro consume y el de más allá lava; lo cual evidencia la existencia de un circuito económico con múltiples fases que tienen actores y territorios específicos, que superan los estados nacionales. Esta mundialización del fenómeno muestra dinámicas distintas al pasado (violencia tradicional), así como diferencias entre territorios y actores sociales. Se han conformado y aparecido nuevos sujetos sociales con poderes importantes y con valores distintos; también se han desarrollado nuevos escenarios y nuevas instituciones públicas y privadas. El peso estratégico que tienen dos territorios es relevante: por un lado, las fronteras, gracias a la lógica de continuidad que representa la complementariedad de dos entidades territoriales para el delito, en contraposición a la discontinuidad que construyen los estados nacionales; sobre todo en un contexto en que la globalización transgrede la segmentación pero reafirma lo local como el espacio de las diferencias. Es decir, una frontera que se niega como espacio de separación para el crimen (integración) pero que se reafirma como tal para las fuerzas que luchan contra él. Por otro lado, la ciudad concentra la organización, los delitos y la plataforma global del crimen y es partir de ese momento que se convierte en tema fundamental de la ciudad latinoamericana. En otras palabras, a los problemas de transporte, de servicios, de pobreza, de equipamientos, de vivienda, de gobernabilidad de nuestras ciudades, se han incorporado las violencias. Tal hecho requiere el diseño de nuevas políticas anti-delictivas, sociales y urbanas.