En este capítulo se recupera el debate ideológico-metodológico que en los últimos años se ha dado al interior de la ciencia política y que ha puesto en duda su cientificidad. A partir de ello se identifican dos dilemas, la persistente segmentación teórico-metodológica entre un área dominante que impulsa investigaciones con camisa de fuerza para renunciar no solo al estudio de los clásicos del pensamiento político, sino también a la elaboración de grandes teorías; y del otro, un enfoque que todavía está anclado en el estudio de la política, y que es extremadamente teórico-ideológico, que supone a la profesión como un medio para la acción política, empobreciéndola y dificultando su consolidación, sobre todo en América Latina. La ciencia política logró consolidarse una vez que asumió los presupuestos del positivismo, porque le permitieron sobre todo desprenderse de su dependencia hacia otras disciplinas. A diferencia de otras formas de conocimiento, la ciencia necesita del método y fue la búsqueda y el desarrollo del método comparado que le permitió a la ciencia política consolidarse como tal. Pero las “revueltas” contra la ciencia y dentro de la ciencia política son un ejemplo más de la dependencia que tiene la disciplina y quienes la practican con la sociedad en la cual se desarrolla. La ciencia política la definen a final de cuentas, quienes la practican. Y las dubitaciones dentro de la disciplina muestran cierta incomodidad con su estado actual, pero también deberían ser una preocupación para los futuros politólogos, porque para ser una verdadera ciencia, no sólo es importante que otras comunidades científicas la consideren como tal, se requiere que misma comunidad que desarrolla los estudios entorno a los fenómenos tratados debe estar convencida de que lo que se hace se hace bien y se hace de forma científica.