En agosto de 1987, en atención al valor excepcional que tienen la ciudad de Oaxaca y el sitio arqueológico de Monte Albán, ubicado cerca de la ciudad, fueron simultáneamente declarados por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad. Es un reconocimiento conjunto a dos realidades distintas que la historia las ha unido: una de origen pre hispánico (Monte Albán) y la otra en la disputa de los tiempos (Oaxaca). Cerca de 26 años después se organiza el XII Congreso Mundial de la Organización de las Ciudades Patrimonio de la Humanidad, con la presencia de más de 200 alcaldes o representantes de ciudades, así como de no menos de 300 personas adicionales. En el evento realizado durante la semana del 18 al 22 de noviembre, se presentaron ponencias sobre centros históricos, casos puntuales de ciudades, así como sobre comercio ambulante, restauración y políticas públicas. Las ponencias fueron expuestas por representantes de India, Brasil, España, México, Alemania, Ecuador, Inglaterra y Perú, entre otros más, siendo llamativa la ausencia de representantes de la Municipalidad de Quito, primera ciudad en ser declarada patrimonio de la Humanidad hace 30 años y anterior organizador del mismo Congreso.

La organización del evento fue impecable, los mexicanos saben de la combinación del intercambio de experiencias con el sentido de la fiesta como un "ritual del consenso". Un pueblo que tiene música, comida y monumentos de gran valor urbano-arquitectónico posee una identidad difícil de ser erosionada; más aún si está en permanente estudio, debate y actuación. Oaxaca ha sido definida como una ciudad de los archivos, de tal manera de construir una propuesta de futuro basada en la memoria de su pasado; es decir, de convertirla en una plataforma de proyección en el tiempo (futuro) y en el espacio (internacionalización) de manera sustentable.

El evento puede ser considerado como un par de aguas en las concepciones del patrimonio, en tanto puede ser el inicio de reflexiones y acciones enmarcadas en un debate respecto de los paradigmas dominantes. Se observa una crisis global del patrimonio que tiene dos raíces que se encuentra hoy en día: por un lado, la gran destrucción que se vive producto de las guerras en Iraq, Egipto, Libia, Siria, Afganistán; de la violencia ciudadana que erosiona el tiempo y el espacio de las ciudades; de las grandes inversiones inmobiliarias en puntos estratégicos de las urbes; del turismo que tiende a homogeneizar las sociedades por tipos de mercados; al peso que tiene la innovación en el ámbito de la ciencia y la tecnología; y al proceso de globalización del patrimonio, entre otros. Y, por otro lado, la limitación que muestran los paradigmas hegemónicos vigentes, que si bien son funcionales a estos procesos que han aportado a la crisis, no se muestran activos a la hora de pensar en salir de la misma.

Da la impresión que el avance mayor está en el reconocimiento de que el patrimonio es un concepto polisémico, que rompe con la definición hegemónica inscrita en la lógica del pensamiento único, que no acepta disidencias. Hoy la realidad es distinta y no solo por las dicotomías introducidas recientemente entre patrimonio material e inmaterial, que reproducían hasta el cansancio el fetichismo de no reconocer lo histórico, por ejemplo, en los centros históricos y ser concebidos exclusivamente como un bien físico o espiritual que debe volver a su realidad original (conservación) sin tomar en cuenta su contenido histórico. Así se vacía de historia al monumento y se lo llena de fetichismo: por eso conservar no es otra cosa que negar la condición histórica, por ejemplo, de la conquista española para "poner en valor" un edificio fuera del contexto de la dominación y, por otro lado, de "congelar” la historia en el momento de origen de ese edificio y no de un proceso continuo que debe proyectarse al futuro.