En Argentina, México, Chile, Brasil, Ecuador y toda América Latina es una constante la muerte de presos en los recintos penitenciarios; hasta el año pasado se estimaba en un promedio anual no menor de 600 personas fallecidas en las cárceles. Siempre los muertos –según versiones oficiales- se producen por riñas, motines o incendios, con lo cual se culpabiliza a los mismos presos de los hechos; es decir, se los re-victimiza. Y la explicación “profunda” del problema se la ubica en el hacinamiento… este factor explicativo esconde una realidad mucho más profunda y tiende a fundamentar la salida siempre presente de la construcción de nuevos reclusorios. Ni la explicación de las muertes (riñas), ni la causalidad (hacinamiento) y peor la salida encontrada (más cárceles) arreglan nada de la situación.

La muletilla de siempre, que se trata de casos aislados no resiste el menor análisis; se trata de un mal endémico que, eso sí y desgraciadamente, se encuentra invisibilizado por las políticas de seguridad ciudadana y por las teorías causales. Sin embargo, cuando acontecen estos lamentables hechos en Buenos Aires, en Santiago, en Durango, en Santo Domingo y en Guayaquil, entre otros, nos damos cuenta que no son casos aislados. En nuestras cárceles mueren presos a diario, sin que haya explicación alguna, y solo se conoce por la prensa cuando los fallecidos pasan de cierto número para convertirse en una notica del espectáculo mediático.

Para nadie es desconocida la crisis carcelaria de América Latina, como tampoco es desconocida su vínculo con los 40 años de la guerra al narcotráfico. La inflación del número de presos es directamente proporcional al peso que se le asigna al “combate” a las drogas. Pero no solo ello, hoy en día las cárceles son plataformas desde donde se organiza la delincuencia en nuestros países: Los casos emblemáticos de Pablo Escobar que hizo famosa la cárcel de Envigado en Medellín por el manejo del negocio y el del Primer Comando de la Capital (PCC) en el Centro de Rehabilitación de Taubaté que paralizó la Ciudad de San Pablo durante varios días, ilustra esta situación.

Dentro de los reclusorios en América Latina existen: extorsiones, corrupción, prostitución, drogas, mercados ilegales, mafias, intimidación, sicariato, robo, asesinato, secuestro e intimidación, porque se han convertido en lugares donde los carteles de la droga y las bandas criminales realizan grandes negocios dentro y fuera de los reclusorios. Gran parte de la organización delictiva tiene en la cárcel a una cabeza de puente para reclutar, sicarios, ladrones, mulas y secuestradores. No es un tema de hacinamiento, solamente!

Pero también hay que tener en cuenta que en las cárceles penetran las “políticas de mano dura” para actuar sin clemencia. En América Latina hubo durante mucho tiempo mecanismos de “limpieza social”, aplicados por algunas policías y grupos para policiales para deshacerse de homosexuales, prostitutas, delincuentes y deudores, entre otros. Hoy, la impresión que existe, es que se ha producido un traslado del lugar de la “profilaxis social”, de la calle pública hacia la cárcel, donde se puede hacer este “trabajo” en mejores condiciones y de manera mucho más selectiva.

Lo ocurrido en la cárcel de Camayagua en Honduras no es un hecho aislado, es parte de una situación de la delincuencia actual y corresponde a una política explícita de seguridad. ¡No cerremos los ojos!