El día viernes 25 de febrero intentaron asaltarle a Luis Bolaños, jugador de Liga Deportiva Universitaria, y en el intento los delincuentes le asestaron tres disparos en su cuerpo. Todo esto a la luz del día (13:00 horas) y en el vehículo que rodaba por el estacionamiento del Centro Comercial Quicentro Shopping de Quito. Un hecho de estas características -ejecutado contra un hombre público e ídolo de la afición deportiva- causa conmoción, incrementa la preocupación ciudadana, genera un clima internacional poco favorable al país y construye una percepción de inseguridad generalizada. Pero también este tipo de hechos destapan un conjunto de formas de violencia e ilegalidad asociadas al deporte. Tenemos entre los muchos casos, algunos que bien vale la pena señalarlos como forma de ilustración de las modalidades que adopta. Aquí en el país y no hace mucho tiempo, un pastor religioso le tenía extorsionado a un jugador de la misma Liga, a cambio de no denunciar una suplantación de identidad. Este es un típico caso nacido en el origen humilde del futbolista que busca ascenso e inserción social a través del fútbol. Esta forma extorsiva tiene varias expresiones como los cambios de edad, firmas o nacionalidades; así como de nombres. Otros ejemplos ampliamente conocidos son las presiones que realizan ciertos miembros de las barras a determinados jugadores, entrenadores y dirigentes para que entreguen dinero con el objeto de acompañar a su equipo al exterior. Adicionalmente las barras amenazan con crear un ambiente negativo a jugadores y entrenadores sino les entregan recursos económicos. En muchos casos han sido causantes de despidos de futbolistas o entrenadores y, también, de atentados criminales. En varios lugares de la región el secuestro recurrente de los deportistas o sus familiares está presente. Argentina, Brasil, Colombia y México, entre otros, muestran el vínculo de la violencia existente y el alto salario que devengan los deportistas. Una situación extrema se produjo la semana pasada: un equipo de fútbol boliviano fue secuestrado durante 7 horas, con la finalidad de llegar a un acuerdo entre la hinchada y la dirigencia respecto de donde debe jugar de local… Todavía está presente el dolor por el asesinato de Andrés Escobar, capitán de la selección Colombia, que metió un autogol en el mundial de Estados Unidos, lo cual lo llevó a la muerte, según se dice, por sicarios contratados por las redes de apostadores. En muchos países los apostadores compran jueces, resultados y vidas humanas. El caso Cabañas, en el Bar Bar de Ciudad de México, está presente a un año de haberse cometido. Para nadie es desconocida la penetración del narcotráfico en el fútbol, principalmente en el ámbito del lavado de dinero. El “coyoterismo” no es extraño, tanto con el cambio de nacionalidades, mercado de pasaportes o el ingreso fraudulento de personas a otros países. El mundo de la farándula no es extraño a esta realidad. En otras palabras, el ámbito de influencia de la violencia en el fútbol es una realidad y debe ser comprendido en su dimensión integral; mucho más si el futbolista ha construido la imagen de su éxito personal alrededor de este deporte, lo cual le ha conducido a un grado de alta vulnerabilidad.