El tema de la homosexualidad es muy poco tratado, estudiado y debatido, y mucho menos en relación a un mundo que es ampliamente conocido, visto, jugado y estructurado como es el fútbol. En ese sentido hay una gran asimetría y, obviamente, muchas preguntas por formularse para entender la disonancia. En el fútbol se discute sobre economía, cultura, política y hasta de sexo, pero de homosexualidad existe una clara hipocresía que se expresa en la evasión, que conduce a no reconocer su existencia.

Sin embargo de ello es difícil no reconocer su presencia permanente como: vacío, prejuicio o forma de reafirmación de que éste deporte es solo de y para “hombres”. Más aún, el tema está presente porque se trata de una de las actividades donde el cuerpo tiene un peso preponderante y está permanentemente en disputa. Se afirma, incluso, la existencia de un biotipo de futbolista que clasifica al deportista bajo dos parámetros interrelacionados: de un imaginario de masculinidad y de su expresión como un ser fuerte, resistente, poderoso.

Alrededor de lo masculino se construyen los discursos, los lenguajes y las imágenes de la homosexualidad en el fútbol, que llevan directamente a estigmas, prejuicios, violencias y afirmaciones. Detrás del discurso hegemónico del fútbol hay una representación e identidad de masculinidad que permea por la actividad total que es el fútbol.

De allí que el ser homosexual sea rechazado y discriminado por expresar un afeminamiento corpóreo, construido bajo la lógica de la moral hétero: es hábil, sensible, tiene buena cintura, pelo largo y demás. Su acepción legítima, reconocida y promocionada es la del metrosexual, por ser un fenotipo que permite encubrir la mercantilización de la discriminación en ciertos nichos de mercado; pero nunca aceptar la homosexualidad.

Las hinchadas manifiestan en sus canticos, gestos y señales que el otro distinto del equipo contrario es, en general, maricón o marica. Pero también lo son los propios jugadores cuando no triunfan o no ponen la “hombría” requerida para triunfar. Y no se diga respecto del lenguaje de los periodistas deportivos que exigen a los jugadores que jueguen con la “fuerza testicular”, que se trata de un deporte “varonil” o que el fútbol es un deporte de contacto entre hombres.

La discriminación en el fútbol es más alta de lo común, debido a que la hétero-moral reconoce la posibilidad de la homosexualidad en los espacios privados pero no en los espacios públicos donde se visibiliza y representa la sociedad. El fútbol es, a no dudarlo, uno de los espacios públicos más significantes.

Pero también se observa, cada vez con más fuerza, una apertura a esta realidad ineludible. Los jugadores, entrenadores y dirigentes empiezan a reconocerlo y los medios de comunicación a tratarlo más allá de las ópticas moralistas de ver el fenómeno como parte del escándalo que rodea al fútbol.