
Durante estos últimos años se ha puesto en debate la multiculturalidad y la interculturalidad de nuestras sociedades, no solo por lo que viene del pasado con la presencia de una variedad de pueblos y nacionalidades, sino también por lo que tenemos en el presente en términos de las masivas migraciones internacionales, de la revolución científico tecnológica en el campo de las comunicaciones y de las nuevas industrias culturales que se asientan con fuerza en el planeta. Sin duda que han hecho presencia un conjunto de tradiciones que vienen desde el tiempo como memoria histórica que se proyecta, así como también de una modernidad plural que llega para asentarse y proyectarse, con lo bueno y lo malo que tiene.
Por otro lado y a escala planetaria se vive el fenómeno de la globalización de la economía, la política y la cultura que tiene impactos significativos a nivel local; produciendo lo que Robertson llamó hace más de 10 años la glocalización. Esta aproximación nos introduce el fenómeno de las relación de los niveles de lo local, nacional y global en lo cultural. También este proceso produce un cambio sustancial en el concepto de democracia: estamos en la transición de la democracia liberal sustentada en la igualdad de las personas ante la ley hacia otro concepto de democracia que encuentra sentido en el respeto a la diversidad, por ejemplo, en relación a las preferencias sexuales, la diversidad étnica, el sentido de la pluralidad local y las relaciones de género, que tienen hoy en día un peso singular en las culturas y sus relaciones. El tema del respecto a la diversidad nos plantea no solo la reformulación de la democracia, en tanto superación de la igualdad homogenizadora que el Estado nacional produjo, sino también el posicionamiento del binomio: diversidad-equidad como eje.
Esta condición actual de las culturas tiene una expresión adicional de mixtura entre las manifestaciones de lo culto (bellas artes), lo popular (el folclore) y las audiencias masivas (las industrias), teniendo cada una de ellas una instancia promotora. Así tenemos, por ejemplo, que la Casa de La Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión gracias al diseño de una institucionalidad altamente flexible –en función de su autonomía- ha logrado llegar a los 65 años de vida sorteando todos los problemas propios del país y, lo que es más interesante, captar la diversidad de lo local mediante los núcleos provinciales y a través de las secciones promover la culto, lo popular y lo masivo. Y así se proyectó al mundo, como un espacio de integración cultural y de difusión del sentido de interculturalidad a nivel mundial.
Después vino al mundo el Centro Cultural Pompudou en Francia, para manifestar una puesta al día en la promoción cultural, en este caso –desde su diseño arquitectónico del tipo fábril- para lograr una propuesta de integración desde las industrias culturales, a pesar de que ellas tienen en los medios masivos de comunicación su escenario central de producción y difusión. Allí también está presente la triple condición de la producción cultural.
Y ahora que hemos entrado en el siglo de las ciudades, aparece como escenario que acoge lo culto, lo popular y lo masivo, para proyectase a la manera de imaginarios urbanos -como culturas citadinas- construidos en el “lugar común” (el espacio público), a partir del pensamiento civil que viene de la sociedad civil, no tanto como producción de los grupos sociales que la encarnan, sino del “espíritu de la ciudad” que lo genera.
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